viernes, 6 de abril de 2012

La perpetuidad de la pena de muerte



Aunque las ejecuciones en el mundo se han reducido considerablemente y los avances son lentos pero constantes, las cifras siguen siendo demasiado elevadas. Según datos de Amnistía Internacional, 18.750 personas fueron condenadas a morir el año pasado. En un total de 20 países- sin incluir a China, donde el hermetismo mantiene en secreto el número de muertes mediante esta práctica- se ejecutaron a 676 personas y son 57 los países que mantienen vigente la pena de muerte, pese a que la tendencia es a la abolición. En sólo diez años el número de países se ha reducido en más de un tercio. En cambio en Oriente Próximo esto no se cumple: el número de ejecuciones ha aumentado cuantiosamente. Estados Unidos es el único país del continente americano (también el único perteneciente al G-8) que ejecutó durante el pasado año.

Los países que lideran esta práctica (sin contar a China) se encuentran, en su mayoría, en Oriente Próximo. Así Irán con casi 400 encabeza el ránking, seguido por Arabia Saudí (82) e Irak (68). Estados Unidos (43) y Corea del Norte (30) son prácticamente los últimos en esta lista. En Japón no se ha realizado esta práctica por primera vez en 19 años.

Los delitos por los que se condenan, la mayoría de las veces sin un juicio de garantías y tras la realización de múltiples formas de tortura, son muy variados: desde el adulterio, la apostasía y la sodomía en Irak; la blasfemia en Pakistán; la brujería en Arabia Saudí; o el robo con violencia en Kenia y Zambia; hasta los crímenes contra el estado en Gambia, Kuwait, Corea del Norte, Líbano Irán y Somalia. Seguramente las revueltas que tuvieron lugar en Libia,Siria y Yemen esconden un gran número de ejecuciones difíciles de cuantificar.

Sea como fuere, la pena de muerte es una sentencia arbitraria, injusta y, sobre todo, indigna. Denigrante tanto para el verdugo como para la víctima, impone el miedo en la sociedad, en lugar de educarla y formarla para que ciertos comportamientos no se lleven a cabo. Se basa en el temor y en la sed de venganza que nace en las víctimas o en sus familiares. Pocas veces la venganza mitiga o sacia esa sed, pero sí aumenta el vacío y la pesadumbre. Ningún Estado puede, independientemente del delito que se trate, hacer uso legítimo de la violencia ni tampoco confundir justicia con venganza. La educación es la base de la sociedad, y sin ella, nunca habrá justicia social.

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