Ayer, cuando acabó el partido, me di cuenta de que soy aficionado del Madrid únicamente cuando juega contra el Barcelona. A diferencia de otros partidos, en los que soy un mero espectador más, anduve nervioso en los prolegómenos, grité y me enfadé con cada gol encajado, insulté al rival y protesté cada acción polémica. Hoy sigue escociéndome la derrota, algo que no recuerdo me haya pasado con otros equipos, ni anteriormente. Precisamente por eso, porque nunca me había ocurrido, escribo sobre ello.
A priori temía que el respeto mutuo y- me atrevería a decir- el miedo por no cometer un error importante, convirtiera en insulso y decepcionante el partido. Pero el Madrid fue el único de los dos equipos que salió acongojado e irreconocible al terreno. Ya iniciado el partido, fue un Madrid aún peor que el de las últimas temporadas, las de Capello, Schuster, Juande o Pellegrini. Y un Barcelona incontestable que superó, incluso, al del todavía reciente 2-6
Al Madrid le tocó ir a remolque desde que Xavi inaugurara el marcador en el minuto 10. A partir de ahí , con un centro del campo inexistente, Khedira y Alonso se limitaron a anular a Busquets, ensimismados en cerrarse atrás para destruir desde ahí el ataque rival, olvidándose por completo de Xavi, motor y creador del juego azulgrana. Así las cosas, con el genial mediocentro campando a sus anchas, el segundo gol no se hizo esperar. Gol de Pedrito. 2-0; minuto 18.
Presionando desganados, sin mordiente, sin intensidad, sólo basculando, los blancos corrían de un lugar a otro detrás del balón a merced de un rival que lo protegía y lo movía de forma sorprendentemente precisa de un lado a otro.
Casillas se limitó a alejar los balones de su área. Y Ramos volvió a avivar sus viejos fantasmas y a generar serias dudas, descolocado en defensa e inoperante en ataque. Ni siquiera un destello de calidad de alguna de sus estrellas consiguió siquiera rozar el gol de la honra. El hasta ayer único equipo invicto y más goleador de la Liga se fue con el marcador a cero y viendo como, uno tras otro, hasta en cinco ocasiones, era superado Casillas. Desesperante.
Tanto que un gesto inoportuno e impropio de Guardiola- que tiró un balón lejos del alcance de Cristiano cuando éste iba a por él para sacar rápido- provocó que el portugués reaccionara empujando despectivamente al entrenador catalán. Saltaron entonces como un resorte los jugadores barcelonistas acosando e increpando a Cristiano. La posterior tángana supuso la amarilla para Cristiano y para Valdés.
Debió el guardameta ver la segunda en la siguiente acción en la que disputaba un balón dividido con Cristiano y al que arrolló de forma indiscutible. Pero Iturralde no pitó. Podría haberse dado un partido completamente distinto si se hubiese acertado desde los once metros y con el portero azulgrana en los vestuarios. Pero nunca lo sabremos.
Mourinho quitó a un irregular Özil- que desaparece en los partidos fuera de casa- para dar entrada a Lass. Queriendo, sin conseguirlo, dar solidez en el mediocampo. El Madrid quedó descompensado, sin nadie que conectara las líneas, y entregando definitivamente la posesión y el juego al Barça. La expulsión de Ramos fue la guinda al pastel de una noche aciaga para el Madrid.
De las derrotas siempre se aprende. En este caso supone una forzosa cura de humildad para los blancos, especialmente para Mourinho, dueño y señor de las ruedas de prensa, donde cada vez que comparece se le llena la boca de elogios y alabanzas hacia sí mismo, siempre soberbio y arrogante. Nunca le habían metido cinco.
También fue necesaria para Cristiano, petulante y bravucón como el que más, aseguró precipitadamente que a ellos no les meterían ocho como al Almería. Y no fueron ocho, pero casi…
Por su parte, el campo y el fútbol, de momento, pertenecen a Guardiola y al juego de toque y atractivo que, en definitiva, practican sus jugadores. Ayer se demostró con creces.