Movidos por el hartazgo y la indignación, por los plausibles cambios que han provocado- y siguen haciéndolo- nuestros vecinos del Magreb y Oriente Medio, por la reivindicación de sus derechos, por la búsqueda de un cambio socioeconómico y por tratar de reinventar una socialdemocracia exhausta e irreconocible, miles de personas se han echado a la calle para manifestarse pacíficamente y mostrar su descontento con la zafia clase política que nos gobierna.
Quizás porque las elecciones están próximas, porque el pueblo no puede más o porque mayo es un buen mes para las insurrecciones y revoluciones civiles o por un compendio de todas ellas, la mecha ha vuelto a encenderse. La izquierda se ha echado a la calle en busca de un deseo colectivo que quizá nunca llegue a producirse.
Ya está bien que sea el sistema financiero sea el que rige nuestro mundo, que la plutocracia y la oligarquía manden por encima de políticos y gobiernos, que se dedique 1,3 billones de euros para salvar a los bancos de la quiebra y se dé de lado a las familias desahuciadas. Basta ya de precariedad, de paro, de corrupción, de esta economía dirigida y manipulada por los mercados financieros, de este capitalismo impuesto que genera una espiral de producción-consumo que sólo beneficia a unos pocos. Basta de inventarse crisis que enriquecen salvajemente a unos y esquilman a otros, obligando siempre a pagar a los mismos los desmanes de unos pocos.
Los mal llamados antisistema (pues se oponen a este que nos han impuesto y frente al que no se ha hecho nada hasta ahora), creen- creemos- que es posible un sistema diferente, más justo y equitativo.
Y mientras, la derecha más rancia y paranoide se afana en buscar complots, en asegurar que el Gobierno está siempre detrás de todo. “Esto huele a Rubalcaba”, rezaba la cabecera del diario La Gaceta días atrás. También La Razón afirmaba tajantemente que “PSOE e IU dirigen el voto antisistema contra el PP”. Tampoco se salvan políticos como Esperanza que, ante tanto desconcierto declaraba “¿Y por qué no acampan en la Moncloa, en vez de bajo mi balcón? Si quieren protestar, ¿por qué no lo hacen el domingo, votando? Y sobre todo, ¿por qué no nos votan a nosotros, si tan cabreados están?”
Los políticos de los dos principales partidos en España han actuado conforme a lo que todos sabíamos: que están muy alejados de la calle, de los gobernados. Hacen creer que no entienden nada, pero lo cierto es que sí lo hacen. Y muy bien. Saben que, en parte, las protestas pueden tanto beneficiarles como perjudicarles en las inminentes elecciones. Pero viven en otro planeta, alejados de la realidad y de las preocupaciones ciudadanas, y solo buscan sacar tajada de ello.
La pregunta es, ¿qué pasará tras las elecciones, seguirá la protesta?, ¿cuál es el límite de “Democracia Real Ya” y de los demás manifestantes?, ¿se constituirá en un partido político como se está planteando últimamente? Y, lo más importante, ¿se conseguirá cambiar algo?
En países como Grecia, en los que ha habido protestas similares, los disturbios se suceden mes tras mes y no parece que nada vaya a cambiar. Los estudiantes británicos protagonizaron las mayores manifestaciones que yo recuerde y Cameron sigue firme recortando privilegios. Y en Portugal hubo manifestaciones reclamando un futuro, para ver después cómo el FMI (el mismo cuyo director gerente se hospeda en suites de 3.000 euros la noche), les imponía condiciones severas. Parafraseando a Giuseppe Tomasi di Lampedusa “Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie.”
Las esperanzas, pues, son pocas. Sin embargo ha quedado patente que los jóvenes (y los que no lo son tanto), sabemos salir a la calle a luchar y protestar contra lo que consideramos injusto y desproporcionado. Y Demostrar que, como dice Stéphane Hessel en su ensayo “¡Indignaos!”, cuando algo nos indigna nos volvemos militantes, fuertes y comprometidos.