
Por fin, a día de hoy, el Gobierno japonés ha dado el nivel 7 al desastre de la central nuclear de Fukushima, el máximo nivel a escala internacional de accidentes nucleares. Han tardado un mes entero en dar a Fukushima el mismo nivel que Chernóbil, el peor desastre nuclear que ha existido en los últimos años. Pese a esto, el Gobierno mantiene cierto carácter defensivo, alegando que la radioactividad que ha escapado de la central sólo llega al 10% de la de Chernóbil. Poco a poco, lo que Japón calificó de "accidente sin impacto significativo", y, más tarde como "accidente con riesgo fuera del emplazamiento", se ha convertido en uno de los desastres más graves de este tipo.
La falta de responsabilidad para definir este desastre puede a tener graves repercusiones en las personas que, en un principio, desoyeron la advertencia, que mas bien parecía una sugerencia, de mantener una área de exclusión alrededor de Fukushima. De hecho, si se hubiera alertado de la magnitud del desastre de inmediato, se podría haber evacuado a los ciudadanos y así evitar, a la larga, un deterioro en la salud de las personas.
El medio ambiente, por su parte, ya está sufriendo las consecuencias de la radioactividad. En primer lugar, los cultivos de las zonas colindantes a Fukushima, aparte de haber sido arrasados por el tsunami, ahora tienen que lidiar con las fugas y los escapes de los diversos reactores de la central. No contentos con esto, la empresa japonesa TEPCO, operadora de la maltrecha planta nuclear, ha vertido 11.500 toneladas de agua radioactiva al mar, lo que, sin que seamos expertos en la materia, es de suponer que no debe ser bueno para el medio ambiente. De hecho, verter agua radiactiva en un país que tiene un prospero comercio pesquero no parece la idea más adecuada para hacer reflotar la economía y conseguir amortizar los daños causados en el país por el tsunami.
Pero no se le puede echar la culpa de todo lo que ha pasado al Gobierno de Japón, lo cierto es que todos los gobiernos, de una u otra manera han apoyado la energía nuclear en detrimento de las energías renovables por su bajo coste y gran rendimiento. Además, es sabido que las centrales son “casi” 100% seguras, pero es ese “casi” el que debería hacernos pensar en las consecuencias de un suceso inesperado. La llegada del tsunami que ha devastado la costa de Japón era inesperada, ero aun así paso, y estas cosas que pasan en la naturaleza son imprevisibles. La culpa del desastre de Fukushima no es de la naturaleza, es un error de previsión del hombre porque por mucho que algo no suela pasar no significa que no pueda pasar, y si pasa nos tenemos que atener a las consecuencias.
Fukushima ha sido el último desastre nuclear, pero no el único. Llegados a este punto deberíamos plantearnos si de verdad es necesaria la energía nuclear, si su eficiente rendimiento a bajos costes compensa el hecho de que, aunque sólo sea una vez más, por un desastre natural o un fallo humano, pueda darse otro Chernóbil o Fukushima. Quizá la humanidad debería tomar conciencia y, poco a poco, conseguir que desaparezca una energía tan perjudicial para la salud de las personas y la del propio planeta, porque, aunque la seguridad de las centrales nucleares sea casi perfecta, hemos comprobado, por desgracia, que siempre puede suceder algo que se escape de nuestras manos.
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